Cuando se ha cumplido un año del inicio del coronavirus chino en España que motivó la declaración del Estado de Alarma del que aún somos prisioneros, es hora de hacer un balance de la calidad de la gestión gubernamental de esta crisis. Creo que todos hemos visto un Gobierno inoperante pese a tener a su disposición una sanidad bastante razonable que había funcionado bien durante mucho tiempo.
En cuanto pudo, el Presidente del Gobierno y a la vista del desgaste político que llevaba consigo que el Ministerio de Sanidad asumiera la responsabilidad en esta pandemia, la trasladó a las Comunidades Autónomas sin que estuvieran preparadas para ello.
Esto ha sido posible porque tenemos un Gobierno sin escrúpulos que ha usado los mecanismos perversos de la democracia y ha aprovechado -además- su guerra cultural en la que lleva inmerso desde su investidura que es, en el fondo, una batalla ideológica. Se maneja bien en la propaganda y sabía que cualquier herramienta excepcional que pudiera crear -gracias al singular escenario provocado por el virus chino- se podía consolidar y convertir en algo definitivo como está sucediendo con las diversas prórrogas del Estado de Alarma y del que ya ha anunciado -para ver si cuela- una nueva ampliación.
No hay que olvidar que llegaban para derogar la ley mordaza – que no es más que como la extrema izquierda denominó a la actual Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana- y hay que ver cómo estamos ahora, después de haberla aplicado hasta la saciedad. Se ha llegado a un sistema de abuso que nos parecía impensable, sin control parlamentario y con la superioridad moral de la izquierda por delante. Todo al servicio de la tesis de que no existe la crítica moral hacia ellos.

La respuesta ciudadana ha sido de una disciplina envidiable, con un coste altísimo en renuncia de derechos y libertades. Algunos de ellos fue encerrarnos tres meses en casa. Se ha ocultado el drama; las cifras; se ha escamoteado la información y la gravedad de lo que estaba ocurriendo; los fallecidos y su imagen; al tiempo que se pedía a la población un comportamiento heroico con algo que no era otra cosa que la fiabilidad en la palabra del Presidente del Gobierno que se hartó de decir que no había otra manera de hacer las cosas. ¡ Claro que la había !… pero no era la que a él le convenía.
Después de todo, menos mal que esta crisis la ha gestionado un Gobierno socialcomunista porque de haberle tocado a un Gobierno de otro tipo, la tensión social hubiese sido brutal, con independencia de si lo hubiese hecho mejor o peor, dado que gran parte de los que entendemos como movimientos sociales han demostrado que no son otra cosa que correas de transmisión de los partidos políticos a los que sirven y son controlados por las generosas subvenciones públicas que reciben.
Aunque esta percepción parezca deprimente, no se debe de caer en una actitud de resignación. Existía otra posibilidad que hubiese aceptado España entera, por sensata y cabal : un Gobierno de concentración que no se encanallara ante un reto tan importante y depurara de paso, nacionalismos trasnochados que tanto daño nos están haciendo.

Se ha perdido el pudor en el ejercicio de la mentira y su listado sería interminable y fatigoso. Esto ocurre porque los miembros del Gobierno se sienten impunes porque piensan que son los que administran la moral y tienen la justificación instrumental. Solo hay propaganda y detrás de ella, nada. Tratan al votante desde un plano infantil porque saben que no reaccionan aunque descubran el truco y como lo rentabilizan. Esa es la novedad perversa que nos está dejando esta pandemia china.
A tenor de esto, las democracias modernas parecen diseñadas para tratar con votantes ignorantes e imitan el modelo de mercado económico porque como consumidor, pongamos por ejemplo, no necesitas saber cocinar para elegir al mejor cocinero. Por eso, este socialismo podemita ha encendido el debate ideológico cuando el nivel educativo es más bajo que nunca. Por eso, palabras como comunista o facha ya no significan nada.