El estrés ignora las diferencias de cultura, de sexo, de religión o de raza. No podemos verlo, ni tocarlo ; pero más de uno ha sentido alguna vez como el corazón le latía más rápido de la cuenta ; los músculos crispados o las manos y los pies helados. Señales todas ellas de que el cuerpo se ha puesto en alerta para luchar o para huir.
Todo el mundo sabe lo que es el estrés, pero solo se convierte en motivo de inquietud cuando causa problemas. Se ha establecido una relación de causa-efecto entre el estrés y las enfermedades del corazón, la hipertensión, la arritmia ; las úlceras y otros trastornos gastrointestinales ; los problemas pulmonares y afecciones de los músculos y del esqueleto; etc. También se sabe que es un factor de agravación para una multitud de trastornos psicosomáticos generalizados. Estos trastornos son -probablemente- los que originan más del 75% de las consultas médicas.
No obstante, en determinadas circunstancias, el estrés puede ser realmente agradable. Numerosas profesiones son, por propia naturaleza, generadoras de estrés y precisamente por ello, por las tensiones que engendran y los desafíos que se presentan; hace que sean elegidas tanto por hombres como por mujeres. Aunque también es cierto que, muchos de ellos, desconocen los efectos nocivos que a la larga, éste pueda tener en su salud física y mental.
Por ello, los Cuerpos Policiales deberían de tener en cuenta los efectos del estrés sobre su personal, tanto en el desarrollo de la carrera profesional como en los servicios operativos y de gestión. Trabajar en la Policía es, a menudo, difícil y complicado. El ritmo de trabajo suele ser fuerte, las responsabilidades muchas y el margen de error inexistente. El Policía, debe de mantenerse siempre en estado de vigilancia, para poder reaccionar de manera instantánea a las incidencias que se le presentan. Hay turnos de trabajo que son agotadores -bien sea de día o de noche- porque la seguridad pública debe de estar garantizada las 24 horas del día. También servicios de investigación que no pueden ser relevados; visitar varias ciudades en un sólo día en tareas de protección o estar en la carretera varios días en un asunto de seguimiento y vigilancia.
Reconociendo que, más allá de cierto límite, no hay nada que hacer o muy poco para reducir las tensiones que se producen en muchos Servicios; se podría combatir el problema a través de una formación inicial, continuada con la realización de Seminarios. El objetivo sería enseñar al personal policial a enfrentarse al estrés cotidiano, esté o nó relacionado con su trabajo. Los Policías podrían descubrir así, diferentes métodos para luchar contra el estrés, evitando que el mismo se convierta en un obstáculo en su vida diaria, sin olvidarnos del desarrollo de actividades deportivas.
La forma física debe de formar parte de las exigencias del oficio. Todo el mundo sabe que un cuerpo en buenas condiciones físicas aguanta mejor el estrés que uno que no lo esté. Pasada la alerta, un organismo saludable recupera la calma con más rapidez. Aunque hay que tener en cuenta que, un exceso en este campo, puede favorecer más el estrés que el bienestar. Esto nos puede llevar a otro asunto importante: el efecto tranquilizador de la actividad física depende, -en gran medida- del desgaste físico y de la forma en que la persona lo considera.
Algunas veces, el Policía por sí solo, no podrá hacer frente al problema de estrés y entonces habrá que poner en marcha un Plan de Ayuda Personal, que contara con psicólogos especializados para ayudarles, tanto a ellos como a sus familiares, a superar cualquier situación crítica que les pueda llevar al alcoholismo o al fracaso matrimonial; y decidir así, si es capaz de continuar con su trabajo o debe de ser dado de baja por enfermedad.
Toda mi vida profesional -casi 45 años de servicio- he echado en falta una asistencia como la descrita líneas arriba. Es importante formar tanto a los mandos como a los subordinados para que conozcan los factores del estrés y la forma de reaccionar ante los mismos. Los que requieran ayuda deben poder consultar con un especialista que los trate de manera confidencial, dada la delicadeza del asunto. Cuanto más conocido sea el Plan de Ayuda Personal, más se recurrirá a él.
Soy consciente de que nuestra organización policial, a través del Servicio Sanitario, sabe que no hay mucho que hacer para reducir el estrés a que están sometidos nuestros Policías ya que, a la mayoría de ellos, les gustan las dificultades que encuentran en el ejercicio de su profesión. El Plan de Ayuda Personal debería tener como objetivo, proporcionar a los funcionarios los medios para medir los efectos del estrés nocivo y del benéfico, para así poder lograr un equilibrio aunque fuese frágil.
En el ámbito laboral, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, en una Sentencia de fecha 01.06.2017, permite que el estrés se considere un accidente de trabajo. En este sentido, ha concedido la incapacidad permanente total a una trabajadora, directora de fábrica, que padecía un síndrome resultado de un estrés laboral crónico, como consecuencia de la forma en que desempeñaba su actividad, siempre de forma exhaustiva, autoexigente y con gran responsabilidad.
Seguro que este será el camino que nuestros Juzgados de lo Social, seguirán.
Verderamente tienes razon el estres es algo que no se puede controlar y cuanto mas riesgo y tension el estres se apodera de uno, yo creo que muchas veces es por que nos callamos a todo no hablamos y eso es un error debemos saber sacar del cuerpo los problemas y expresarlos , quizas la falta de medios como dices es la solucion pero tambien creo que el desahogo de ves en cuando tambien ayuda.
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Muchas gracias Alejo, seguimos coincidiendo.
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A mayor responsabilidad, más posibilidades de caer en esta patología que muchos incluso sufren sin a penas darse cuenta y formando parte de su propio día a día.
Una buena prevención de riesgos laborales, continuada, y en casi cualquier profesión contribuiría al bienestar laboral de muchos.
Excelente reflexión y maravilloso artículo!
Enhorabuena!
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Muchas gracias Leyre.
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La verdad que el estrés es algo con lo que convivimos a diario y como bien dices en ciertas profesiones es más acusado que en otras dado al nivel de responsabilidad etc Personalmente y centrándonos en la función policial creo que es dificil de combatir y más en cierto tipo de unidades. Muy buen artículo.
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Muchas gracias Manolo. Un abrazo.
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Hola Juan
Efectivamente el sobre estrés-que no el estrés en si mismo- es, como es sabido, fuente de muchos problemas y enfermedades, sobre todo cuando se rebasan ciertos límites y se extiende en el tiempo. En realidad, un cierto nivel de estrés, parece ser que es recomendable, estimulante e incluso saludable; pero sin superar ciertos umbrales.
También sabemos que la Policía es un cuerpo, digamos que de «infantería», de choque, en el sentido de que le toca, aunque no siempre ya que hay muchas funciones administrativas, luchar con la mas fea, con los malos (jeje). A esto debemos añadir la estructura funcional, donde los jueces tienen al final, la última palabra (estos sí que no suelen tener mucho estrés…), cosa que no es siempre fácil de «digerir».
Pero no es menos cierto que a nadie se obliga a ser policía, que debiera ser una profesión mas o menos vocacional, y que tienen empleo para toda su vida laboral como funcionarios que son, lo que disminuye cierto estrés y ansiedad.
Voy a hacer de abogado del diablo, alguien tiene que serlo: Los funcionarios siempre se quejan, protestan, etc pero casi ninguno abandona la Administración.¿Por qué? Esto es voluntario, el que no quiera se puede marchar. Ahhh, una cosa es predicar y otra dar trigo.
¿No habéis pensado-y digo habéis porque yo no soy ni he sido policía ni funcionario-en el empleado de banca, o de cualquier empresa privada industrial o de servicios, donde se funciona «por objetivos», donde te pueden despedir en cualquier momento, y si tienes cierta edad-pongamos 45 años-ya no te emplea nadie en tu puta vida, puesto que estamos en un país donde la oferta/demanda de empleo está desequilibrada? Eso también es estrés, y del gordo. Solo hay que ver la cara de un desempleado y de un funcionario de cierta edad. No se parecen en nada.
Ahí lo dejo
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José Manuel, el estrés es común en ambos mundos: en el privado y en el público. Tiene un aspecto también común : la presión a la que se vean sometidos, bien por arriba ( jefes) o por abajo ( volumen de trabajo ) los empleados o los funcionarios ; y luego está el carácter y la personalidad del empleado o funcionario que lleva bien la presión o no la soporta y se pide la baja, en el sector público y también en privado.
Gracias por el comentario.
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Sí, cierto, el estrés puede darse en cualquier ámbito, público o privado, pero con una diferencia: Si pides una baja por estrés en la Administración, y está mas o menos justificada, los médicos, supongo, te la suelen dar; y cuando estás recuperado, vuelves a tu trabajo y a seguir funcionando.
En el caso de las empresas privadas, el nivel de estrés, en general y por razones obvias, de los empleados es considerablemente mayor que en las públicas o en los funcionarios, pero no se habla mucho de ello; se aguanta mas y no se piden tantas bajas. Las estadísticas lo confirman, y es de sobra conocido por la sociedad. Yo lo he vivido personalmente durante años como directivo importante de una multinacional. La razón es muy sencilla: Cuando vuelves, en el 90% de los casos, te mandan a la calle a ver si se te «cura».
Ello no me impide admitir que en el CNP, GC o similares, el nivel de tensión debe ser mayor que en otros cuerpos de la Administración, por el propio desempeño de sus funciones. En eso estamos de acuerdo. Saludos
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Muchas gracias José Manuel, por tu comentario.
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http://www.elmundo.es/espana/2018/05/14/5af8610cca4741011f8b4625.html Envío este archivo porque sale a colación por el tema que nos ocupa en el blog. A alguno de vosotros quizá le recuerde escenas vividas personalmente o a compañeros. ¿A donde vamos a llegar?
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José Manuel, éste relato lleva más de cincuenta años allí arriba, con sus pausas corespondientes ( treguas, negociaciones, etc). Así se refresca la memoria de los olvidadizos y se entiende la postura de las víctimas de ETA ante su disolución.
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Mira que he escrito cosas en mi vida. Durante cuarenta años, en mi antigua profesión, miles, muchos miles. Haciendo (paralelamente) la carrera de G. e Historia, mucho también. En los últimos dos años, bastantes relatos de ficción o no… que tendréis la “suerte” (je je) de poderlos leer dentro de poco. Bueno, pues incluso en dichos relatos se refleja un pelín mi verdadera pericia. Que no, no es la Geografía o la Historia –todos los años con bolsa de estudios por mis notas, lo que no pude aprovechar en mi juventud–; tampoco POR SUPUESTO fue mi profesión policial (ya veréis, ya); ni mucho menos la naturaleza, y eso que he aprendido a que no se me mueran demasiados árboles; ni es el tute y derivados, donde luzco un día sí y otro no –en el pueblo, ya que en la ciudad están prohibidos, creo–.
No. En lo que estoy puesto, aun sin máster cifontino, es en el estrés. Bueno, a veces lo confundo con el ACOSO LABORAL (¡mirad que soy exagerado!), seguramente porque son especialidades que se tocan. Así que me alegrado tanto, y tanto he de contaros, que voy a dividir “mi artículo” en tres partes, pues a pesar de estar engarzadas (mucho, que no soy tonto), se pueden parcelar. Vamos con la primera parte.
Corre el año 1998 y el Inspector Hernández sube en el ascensor con el Comisario Jefe Operativo; éste le dice: “Víctor, parece que has nacido para llevar una Oficina de Denuncias, además se ve que te gusta”. El hombre está contento, las cosas van bien, no hay problema importante a la vista. Pero dos años después esa misma persona, harta de que el nuevo Jefe Provincial le machaque los oídos, se marcha a la reserva. Y para Víctor –bueno, para otros también– empiezan los líos. El nuevo Jefe le llama continuamente para afearle su desidia, su desinterés: abundan los errores, los despistes, incluso ¡las faltas de ortografía! No, Víctor no las comete, claro, pero… no las corrige, o no detecta los errores, etc. Y así, el Jefe se ve obligado a llamarle y reñirle… a las diez de la noche, si noche tiene, o a las cinco de la madrugada (sic), o a las siete de la mañana. El Jefe llega a la conclusión de que Víctor… quiere irse de la Oficina de Denuncias (¿adónde?), y trabaja mal INTENCIONADAMENTE para conseguir su objetivo. Claro, Víctor protesta: ¡si siempre ha querido estar ahí, y siempre le han alabado su trabajo! No es cierto, y las cosas se ponen cada vez más feas, cada vez más broncas. Cae en un estado de angustia tal, que se derrumba en casa llorando. La familia no sabe qué le pasa, los compañeros le comprenden pero… ¡es que el Jefe es ALGO RÍGIDO! Otros miserables, perdón, compañeros, al quien comprenden es al Jefe, le dan la razón e incluso (sic) le indican, con gestos similares a barrenar la barriga, que debe emplearse con dureza. Un día Víctor recibe voces en la Planta Noble: ¡usted NO SABE LEER! ¡sus escritos HACEN EL RIDÍCULO en los Juzgados! Cuando recibe las broncas, ahora casi diarias, el Jefe se hace acompañar por el Secretario. Víctor asiste atónito al desastre e intenta defenderse: su expediente es bueno, y nunca nunca se le ha recriminado cosa alguna. Pero el Jefe no está para monsergas: “Sí, se puede ser treinta años un santo, y un año un malvado”.
Pero Víctor salta a veces, a pesar de su aguante, y es que se lo han dejado a huevos. Y su contestación es lógica: “Sí, de la misma manera que se puede ser santo un año, y treinta un hijo de puta”. El Jefe y su EDECÁN se levantan, pero… por esa vez Víctor sale contento de la caverna, y el cómitre se queda rumiando la venganza. No tardará en llegar.
Y a todo esto, cuando regresa a casa, lo pasa mucho peor que cuando va al trabajo. Al cruzar el Paseo de Canalejas su corazón se pone a palpitar como un loco. Teme sufrir un ataque al corazón, y de hecho hoy en día tiene controles periódicos… siempre queda algo. ¿Por qué ocurre eso? Pues porque teme haber HECHO algo mal, algo que le puedan recriminar, y no sabe qué puede ser. Algunas veces desconfía, y vuelve a la oficina, pero el fallo que ha visto no le será achacado, sino otro que no apareció…
En su última noche como Inspector –se marcha a hacer el curso de ascenso a Inspector Jefe–, en el último servicio, el denunciante relata al oficial el hurto de la moto. Nada especial si no fuera porque el hombre no recuerda o no sabe el número de bastidor. No se preocupe, hombre, mañana viene por aquí, y se lo proporciona al policía. Pero el día siguiente no acude el hombre, sino el lunes, con tan mala suerte que la Sala de Espera está atestada y no le pueden atender. Se marcha a casa y escribe un artículo de protesta en La Gaceta Regional, que sale el martes. El cielo se pone negro para Víctor: la culpa de la protesta del hombrito ¡LA TIENE ÉL! El Jefe está hasta las narices y le abre un expediente. Le cae un día de suspensión de empleo y sueldo… que ha de cumplir en el curso de Madrid. Enterándose los compañeros de aula, claro, porque no le admiten el cumplimiento el día siguiente, sábado. Cuando entrega placa y arma, al Comisario le extraña que no tenga la habitual del Cuerpo. Víctor le explica los motivos de tener ese arma: se trata de un depósito, es arma reglamentaria, y desde luego el que incoó el expediente nunca habría estado en una posición similar a la suya, luchando contra ETA nueve años. ¿Quiere el Señor Comisario ver su expediente? Se lo mostrará sin problema alguno, si eso desea. Pero que sepa que la carrera policial de Víctor HA CONCLUIDO.
Menudo rollo… ¿no? Pues lo peor vino después. Víctor es integrado nuevamente a la Oficina de Denuncias. Estos meses ha estado sin ver a su verdugo… No, espera, cuando regresaron del curso, los tres flamantes nuevos Inspectores Jefes subieron a Secretaría. Era el mes de julio y “sabían” que el Jefe estaba de vacaciones… ¿No pasáis a saludarlo? ¡Pero si está de vacaciones! Sí, está de vacaciones pero las está pasando en el despacho. Bien, llamamos a la puerta y ésta se abre de súbito, y sale el Jefe. El despacho está en penumbra, y les da los buenos días. Punto. A Víctor le conceden vacaciones para septiembre (agosto “no puede ser”), y se marcha a Galicia.
A su vuelta, se desata la tormenta. Las broncas son diarias. Pero hete aquí que, en una de esas, mientras el Jefe y su Edecán buscan las piezas entre montañas de atestados (que atestan la mesa, hasta desaparecer la madera), Víctor ve una cosa que le llama la atención. Todos los atestados tienen marcas de lápiz –los yerros–, pero uno la tiene muy curiosa: al dar “punto y aparte”, el sistema pone el signo por defecto. El Policía de que se trate no se ha dado cuenta, y lo ha puesto, con lo cual aparecen… dos, claro. Hasta ahí, una tontería. Pero no para el Jefe, que ¡HA RODEADO CON UN CÍRCULO EL SEGUNDO DE LOS PUNTOS!
Víctor ahora se ha convencido de algo que sospechaban él y otros funcionarios: ¡el Jefe no está bien! Comunica sus sospechas a otros compañeros, pero oficialmente el Jefe “es un poco rígido”. Bien es cierto que también las comunicó a su Sindicato (hasta entonces, el SPP) en Madrid, rogándoles encarecidamente que INVESTIGARAN lo que ocurría en la Comisaría en cuestión. Pero resulta que el Jefe fue –ahora no milita en él, claro– ¡presidente de ese sindicato! Con lo cual la ha armado buena: lealtad antes que compromiso sindical. Bueno, sí es cierto que cuando meses después estaba el tal Víctor de baja médica por depresión, se vio el problema de la Comisaría en el Consejo de la Policía. Pero el representante del SPP –pocas veces he visto tanta bajeza, tal vez lo ascendieron para compensarla– admite la ya famosa “rigidez” del Jefe, pero sostiene que buena parte de esos problemas se deben… ¡A LA DEFICIENTE PREPARACIÓN ACADÉMICA DE ALGUNOS FUNCIONARIOS! Como solo se había citado a un funcionario, Víctor, ya Inspector Jefe, resulta que no solo no le defiende su representante, sino que ¡LO INSULTA! Un licenciado en Geografía e Historia, el ÚNICO funcionario de la Comisaría con carrera “de Letras”, no da la talla… qué cosas.
Todo se precipita. El Jefe acumula todos los errores que, aun no cometiéndolos Víctor, los tolera (queda dicho que intencionadamente), y cuando tiene un racimo de ellos le abre expediente. Bien, resulta que algunos de ellos no son achacables a Víctor, pero otros sí. No tiene salvación. Probablemente le sancionen ¡CON FALTA GRAVE! por acumulación de sanciones leves… y le expulsarán del Cuerpo. El Jefe no lo descarta. Víctor queda en un estado de postración tal que indica al Oficial que vigile sus escritos –ya casi imposibilitado de hacerlos–. Separa la munición del arma, una cosa en casa y otra en la oficina, por si las moscas… Se derrumba totalmente y el Médico del Cuerpo le da de baja, aunque –todavía– no la haya pedido él.
Empieza un tratamiento psicológico, y un seguimiento psiquiátrico. Aunque quisiera ascender en su día a Comisario, nadie admitiría a alguien como él.
Muy poco tiempo después, le llama un compañero: ¿Te has enterado de lo ocurrido en Fuentes de Oñoro? El Jefe ha acudido a una reunión en la Comisaría Conjunta, y, de repente, ha sufrido un desvanecimiento. Se le diagnostica un ictus, que le deja paralizada la mitad del cuerpo. Mala cosa. Víctor lo siente, pero se alegra a la vez porque posiblemente se solucionen los problemas. Sin embargo, otro compañero –también expedientado– ha iniciado un recurso contencioso-administrativo. Por si se anima, Víctor acude a la Secretaría a pedir una copia del expediente que concluyó en sanción (otros están en marcha), y un policía le pregunta si con eso quiere rematar al Jefe. Resulta que se le ha detectado un cáncer de pulmón –extendido también al cerebro–. Víctor no quiere rematar a nadie, y desiste de hacer un recurso contencioso.
Las cosas siguen el curso esperado, y el Jefe muere. En sus últimos meses se ha distraído leyendo atestados y corrigiéndolos. Pero son copias solo con ese fin. Y Víctor se pregunta si, en lugar de jalear a esta persona, “su” Sindicato y sus compañeros de café le hubieran hecho caso… Y, por qué no, la Dirección General de la Policía. Porque advertírseles, sí se les había advertido a todos ellos de que esa persona no estaba bien.
Y podría parecer que este tipo de problemas desaparecieron para Víctor. Vamos, como en los cuentos en que la gente come perdices y tal. Si pensaba eso… pobrecillo.
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Estimado Víctor: me alegro de que mi artículo te haya ayudado a reconfortarte. Eso solo justifica ya su publicación. Gracias por tu comentario y recibe un fuerte abrazo.
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La verdad es que hacía mucho tiempo que no lloraba -tal vez desde entonces-, y hoy lo he hecho recordando los momentos tan duros que pasé. Es increíble el mal que pueden hacer las personas y la cantidad de injusticias que se cometen. Casi siempre para que medren los mediocres. Siempre me porté con lealtad a mis jefes, y compañeros en general. Pero el día que me marché no dejé atrás otra cosa que amargura. Una pena. Creo no ofender a nadie con lo que he escrito, y si es así remitiré la continuación. Digna de una película, y no de risa.
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¡ Aúpa Víctor !. Suerta lastre y sigue comentando mis artículos como hasta ahora, con conocimiento y sentido común. Un abrazo.
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ESTRÉS Y ACOSO LABORAL (II).- Una consecuencia lógica de haber sufrido acoso laboral, o estrés continuado, es que al regresar las cosas no son las mismas. Instintivamente rechazas la profesión en sí, ya que es el ámbito de tus sufrimientos; los compañeros, o no han estado a la altura para defenderte, o se han posicionado EN CONTRA: son tus enemigos, aunque ahora fuercen una sonrisa. Ahora todos saben que tu jefe era UN POCO MÁS QUE RÍGIDO. Miras lo que te rodea con ojos utilitarios, pues al fin y al cabo esa profesión no va más allá de ser tu medio de vida. Pero no te integras moralmente. Jamás volverás a ESTAR DENTRO. De hecho, creo que es patente la “externalización”, y eso más aún al jubilarte: te costará trabajo pensar que tú estuviste “ahí”. Incluso, las personas que no te conocen no creerán que esa haya sido tu profesión, pues eres completamente ajeno a ella. La ves (mejor o peor) como el resto de ciudadanos. Dicho de otra manera: no rechazas el término “Policía”, pero para ti va a significar lo mismo que para el tendero de la esquina. “Cuerpo Nacional de Policía”, sin embargo, es un “lugar hostil”, te guste o no. “Compañeros”, un término que equivale a “engaño” y posiblemente a “peligro”. El lugar de trabajo, finalmente, algo “temporal”: cuando te vayas, no será nada para ti.
Pero bueno. Sigamos. He vuelto de la baja médica, y pido que me den el mismo puesto de trabajo que tenía antes. Por un tiempo recobro la actividad de los tiempos “normales”, pero paso (como Coordinador) a la Brigada de Seguridad Ciudadana. Un inciso: a pesar de ser EVIDENTE que tengo dotes burocráticas, jamás me ofrecerán o darán un puesto de esas características. Bien, volvamos al tema. Un día me dan una noticia que me deja HELADO: va a venir de Comisario Provincial alguien tan cercano “al que murió”, que podría decirse eran uña y carne. A eso se llama SENSIBILIDAD de la Dirección General de la Policía. Consecuentemente, se me encienden todas las alarmas. Pero no hay motivo: el “nuevo” me ignora. ¿Me ignora? ¿soy tonto? No, NI ME IGNORA NI SOY TONTO. Algo masoquista sí, a la fuerza. No me ignora: sabe que existo; sabe que en cierta forma “me he enfrentado” a su amigo. Pero él no es igual. Va a adoptar la fácil conducta de RELEGARME completamente. No existiré. Casi lo agradezco, porque por lo menos SOBREVIVIRÉ como ente anónimo.
Ocurre que los ÚNICOS ENEMIGOS los he tenido siempre cerca. Un año me piden que haga una lista con funcionarios que puedan ser condecorados, de mi turno. La hago y, uno de ellos, con 3 felicitaciones y 35 años de servicio, se autopropone. Le digo al Comisario Operativo del momento (buena persona) si ve lógico que ese funcionario vaya a ostentar las mismas distinciones que yo… con el historial que le entrego. No tarda en llamarme: lo ve injusto, pero como ya están hechas las propuestas y enviadas a Castilla, no tiene remedio la cosa este año… bueno, sí, espera, al final el Casino te dará una hermosa placa. Gracias.
Pero el año siguiente –nos hemos olvidado de las cruces, y el Comisario Operativo es otro– surge un problema curioso. Se acerca la festividad de la capital, y la Policía Local –con la que he trabajado siempre lealmente, en especial en la época de Oficina de Denuncias– tiene un pleno y se elige al funcionario policial que, según el criterio de la Plana Mayor, más se haya significado en la colaboración con ese Cuerpo. Me eligen POR UNANIMIDAD, y me lo comunican por teléfono. Les doy las gracias, y espero que llegue el día (un par de semanas después). Un día nos encontramos casualmente en el centro de la ciudad el Comisario Operativo y yo; y también casualmente, pasa por allí un Inspector de Policía Local. Se acerca éste a saludarme… y felicitarme por la placa que su Cuerpo me ha concedido. El Comisario Operativo se queda blanco: «¿Eso qué es? ¿lo sabe el Provincial? Porque si no lo sabe, NO LE VA A GUSTAR NADA». Claro que no lo sabe: si lo supiera, hubiera presionado para que me olvidaran, pero… ya es tarde. Además, Policía Local es terminante: la placa me la darán A MÍ, les guste o no a mis superiores. Un trago amargo para mis jefes.
Me voy haciendo mayor y, rayando los 60 años, voy a hablar con el Comisario Operativo. Voy a solicitar un puesto más liviano que el de Coordinador. Son 35 años siempre en los puestos más arriesgados… o haciendo lo que nadie quiere. Pero el Operativo se adelanta en la propuesta. Ya tienen pensado algo para mí: Participación Ciudadana, próxima a quedar vacante. Ya reunidos Provincial, Operativo y yo, me lo ofrecen, aunque… hay un problema. Tengo que cesar como Coordinador, y lo único que hay libre es… un puesto de Jefe de Grupo de Gestión. YA QUE NO HE PENSADO EN IRME A SEGUNDA ACTIVIDAD, eso es lo que hay. Claro que “puedo, si lo deseo, CONTINUAR COMO COORDINADOR”. Estos… ¿como calificarlos?, me dejan elegir: seguir igual, irme para casa, o ponerme a la cola de la Escala Ejecutiva del lugar (Inspectores incluidos). Lo pienso, y acepto lo último, porque no me queda otra. Cuando me vaya, seré el Inspector Jefe peor pagado de España, con seguridad. Creo que estaré, hasta mi jubilación, tranquilo, porque el trabajo dependerá exclusivamente de mí. Craso error: habrá palos, pero no zanahoria. CONTINUARÁ.
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No hay problema en que continúes si así lo estimas conveniente. Tienes el blog a tu disposición. Adelante…. y un fuerte abrazo.
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Gracias. Ya sabes que mis comentarios no van con mala intención. Desde luego he conocido -conozco- más profesionales buenos en la Policía que malos. Pero éstos existen, y SIEMPRE por motivos nimios hacen a los subordinados la vida difícil. NUNCA son gente inteligente, que trabaje en equipo y sea motivadora. Cuando surgen los problemas es porque alguien ha hecho lo que no debe hacer, o no hace lo que debe. Los temas que relataré en el último artículo -de esta serie- dedicado a mi propia experiencia, fueron conocidos por la DGP, en el curso de una inspección rutinaria del Mº del Interior. SIEMPRE estuve dispuesto a ceder en mis derechos, pero llegué a la conclusión de que, hiciera lo que hiciera, era igual: querían mi marcha por las buenas o por las malas, así que opté por irme (año y medio antes de los 65) y así conservar la salud mejor o peor que disfruto. Un abrazo.
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ESTRÉS Y ACOSO LABORAL (y III).- Relatar los últimos tres años y medio en Comisaría, sería tanto como exponer un tratado de acoso laboral. No lo haré, no quiero dar la murga. Pero sí voy a hablaros de casos más generales, que se enmarcan en esto que llamamos estrés. Vayamos por partes.
PRODUCTIVIDAD, ESTADÍSTICA. El mundo policial es sumamente curioso. Vamos a poner un ejemplo. En la calle Toro (o Vaca) hay multitud de comercios, cientos de comercios. Y, entre los clientes, muchos raterillos y mecheras que hacen “de las suyas”. Todos los días hay docenas y docenas de hurtos, que las víctimas denuncian –por mor de la documentación– en la Comisaría más cercana. El Comisario está que trina, porque cada vez hay más hurtos, cada vez tiene menos gente para taponar cada vez más agujerillos en la sagrada Estadística. Y el Inspector recibe la presión correspondiente, la transmite a sus subordinados y procura, al menos, IDENTIFICAR al máximo de sospechosos/as. Con lo cual, llegan policías y ladrones a convivir, como si todos fueran a trabajar al mismo sitio. La tensión aumenta tanto como los hurtillos, cada día el humor ennegrece, y todos se enfadan. El tema no parece tener solución, y para más INRI el Comisario recibe primero avisos, más tarde reconvención del Jefe Superior. Y la suya no es una Comisaría especial, pues todas tienen idéntico problema, y derivan recursos humanos y materiales EXCESIVOS para algo que, JUDICIALMENTE, no parece tener relevancia alguna. Pregunto: ¿ES ESTO NORMAL?
Sin embargo, el Gobierno está muy contento: la delincuencia ha bajado tanto que tendremos que pedir refuerzos para que no se extinga.
Pero un día, el tonto del pueblo llega a la ciudad, comprende la amargura que están pasando todos, y se ofrece a solucionar el tema, o paliarlo al menos. Reúne a todos los jueces, policías, políticos locales, y ONGs, y les dice: a partir de hoy, vamos a vivir mejor. Cuando pilléis a un chorizo llevándose un par de perfumes “Comunidad de Madrid”, lo lleváis al Juzgado. El Juez pide un coche de policía, y lo manda a Topas un día, y a las 24 horas lo devuelve a la calle Toro. El chorizo se ríe, y vuelve a las andadas. Pero el Juez ahora le tiene en Topas una semana, y lo recoge de nuevo. El chorizo se ríe y… eso. Vale, ahora la cosa se empieza a poner fea, porque va a estar 3 meses. El chorizo no se ríe, pero prueba otra vez fortuna. Mala suerte: ahora vas a estar 3 años, y cada vez que te cojamos, 3 años.
¿Qué ocurriría en Comisaría? El personal iría poco a poco dedicándose a temas mayores (si los hay, que si no los hay tendremos que estar alegres). Pero el Comisario recibiría una llamada de teléfono, y al otro lado le pronunciarían una sola palabra: ¡ESTADÍSTICA! ¿Y qué hago? ¡¡¡ENCIERRA AL TONTO DEL PUEBLO, QUE NOS HUNDE!!!
¿Ha ocurrido esto alguna vez? En cierta forma, sí, os lo cuento. En una ocasión, en un lugar de La Mancha (donde entonces estaba destinado), corría el caluroso verano, y la Comisaría en pleno estaba fría: en todo el mes, ni un chorizo que echarse a la boca. Pero es que no había ningún robo, ni siquiera un hurtillo, ni una pelea, ni un trapicheíllo de na. Nada, desierto delincuencial absoluto… y policial. Empezaron los problemas de presión de arriba abajo. Buscad lo que sea, id al pueblo de al lado… pasamos sed de detenidos, los calabozos tienen hambre, etc. ¿Qué había pasado? ¿Qué los detenidos se habían escapado, como aquella vez? No, resulta que, por un azar del destino, TODOS LOS CHORIZOS DE LA VILLA habían coincidido en la cárcel. ¡Qué casualidad! Bueno, llegó el otoño y la normalidad, y todos contentos: los chorizos haciendo de las suyas, la Policía corriendo detrás de ellos… felicidad.
En muchos años, en Seguridad Ciudadana, he tenido multitud de ocasiones en que la adrenalina ha estado a punto de desbordarse: locos armados con cuchillos, entrada a pisos en plena oscuridad, gente a punto de suicidarse… Hay personas que creen que estos casos conforman el meollo del estrés policial, y se equivocan. No es que no lo produzcan, que sí lo producen: en mi caso, lo estimo en un 5% del total. Y, en ese total, incluyo lo que el Director de este blog conoce. Hasta pronto.
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De nuevo muchas gracias Víctor por tu piropos. Un abrazo y hasta el siguiente artículo.
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Fe de «ratas».- Este último artículo, su final es: «Y, en ese 5%, incluyo lo que el Director de este blog conoce…» Gracias.
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Muy buena definición sobre el estrés que habéis sufrido, y que sigue siendo todas las fuerzas de seguridad, que velan por todos los ciudadanos de nuestro país.
Tu experiencia en tus primeros destinos, te han enseñado a sufrirlo en propias carnes. Hoy puedes estar orgulloso de haber cumplido con tu deber, y puedes gozar de merecido descanso. Mis deseos que los policías que están en activo, sean tratados con la atención que merecen. Un fuerte abrazo desde Murcia y Villanueva.
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Muchas gracias Fernando por tu comentario. Un abrazo.
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