Cuando echas la vista atrás y recuerdas los años de tu juventud, no paras de pensar las diferencias que hay entre aquel entonces y ahora. Según la edad que tengas, tu década puede ser los 50, los 60, los 70 y los 80. Después no ha habido nada, solo modas ocasionales y artificiales, mucho continuismo y así hasta ahora.
La mía fue la de los 70 y existe una fotografía que sintetiza todo este decenio. Se tomó en febrero 1.978, en la Gala del ya desaparecido periódico Pueblo en la que el que iba para alcalde de Madrid -lo conseguiría al año siguiente- el socialista Enrique Tierno Galván, entregaba un premio a la actriz Susana Estrada que por entonces era la reina del destape (exhibición del cuerpo de la mujer ) y cuya chaqueta se abría y dejaba al descubierto uno de sus pechos. Los hombres que en ese momento la rodeaban mostraban una sonrisa que les llegaba de oreja a oreja. Al día siguiente cuando se supo, el suceso se convirtió en la comidilla de toda España.
Por si había alguna duda de que los tiempos estaban cambiando, en 1.984, siendo ya Tierno alcalde, su popularidad le llevó a inaugurar un festival de música pop en el Palacio de Deportes madrileño donde contagiado del subidón de la época, jaleó a los asistentes con su frase : ¡ El que no esté colocao…, que se coloque !. Era la consagración de todo un ambiente que se había ido mascando desde la década anterior, la de los 70.

Eran tiempos en los que aún prevalecían las imágenes en blanco y negro; los bikinis hacían furor en las playas; las trayectorias de los toreros se seguían tanto como la de los futbolistas y las familias empezaban a recibir orgullosas los tan deseados, Seat 600. Se trataban de retazos del final de un régimen que se agotó como la energía de su líder y se daban pasos -casi semanales- hacia una nueva época, una incipiente democracia empujada por la atmósfera social y cultural.
Los valores nacionales que habían imperado hasta entonces se dejaban a un lado y se mostraba un país moderno y suficientemente libre para aceptar con total normalidad la música rock y la minifalda. Las tendencias internacionales se conocían hasta en lo más recóndito de nuestra geografía porque en la televisión ponían reportajes de los hippies y los surferos, arte pop y otras subculturas.
Todo este sustrato, fueron los pasos previos de una Movida a la que todavía le quedaban años por llegar. Las condiciones materiales y emocionales que motivaron los cambios importantes de la Transición Política ya habían comenzado y fueron facetas fundamentales de la modernidad y de la cultura de masas. Los ciudadanos estaban más próximos a sus homónimos europeos de lo que se pudieron imaginar y fue entonces cuando se originó una sociedad, un poco a su aire, al margen de la situación. El Régimen, había desistido en la idea de crear una cultura oficial y se permitía la circulación de prensa contraria a sus ideas, especialmente en revistas, como Cuadernos para el Diálogo y Triunfo.

La apertura económica, estuvo marcada por las nuevas costumbres sociales y sexuales y los hábitos de consumo de una sociedad de ocio. La era de la prosperidad ya no equiparaba el beneficio económico y el placer sexual con la pérdida de la moral. El turismo se desarrolló rápidamente y los extranjeros llegaron en tropel a las costas españolas, convirtiéndose en un pilar del progreso español que creó, sin querer, un sentimiento colectivo de apertura cultural. El coche, la televisión y las vacaciones, ocupaban los sueños dorados de la mayoría de los españoles. Llegar a conseguirlo suponía haber logrado la cima de la prosperidad. No se podía aspirar a mucho más porque nada más era ya necesario.
Madrid y Barcelona emergieron como verdaderos núcleos contraculturales. La capital, era un centro de atracción por la acumulación de medios de comunicación, los debates políticos y la aparición de movimientos sociales de carácter urbano. Las ideas se orientaban hacia nuevas experiencias que conducían a la discrepancia de la heredada España de Franco. Se abrieron vías por las que la cultura alternativa dió lugar a una serie de experimentos colectivos, a base de ateneos, comunas y cooperativas.
Los jóvenes españoles, fueron aceptando aquello de sexo, drogas y rock and roll, eslogan de la juventud estadounidense y que pronto se convirtió en la triada a la que aspiraban los rebeldes autóctonos. La copla española cede su espacio a un nuevo tipo de música, el rock y el pop angloamericano y el sexo y las sustancias alucinógenas encuentran su máxima expresión.

En cuanto a la sexualidad, surgió un conflicto entre dos nociones opuestas sobre el cuerpo femenino y acabó creando una nueva sensibilidad colectiva en cuanto a género y sexo. Una de estas perspectivas, se basaba en las teorías del feminismo y la liberación sexual, mientras que la otra, mercantilizó los cuerpos de las mujeres y rentabilizó la represión sexual española. Como ocurrió también en otros países, España vio nacer una industria que, intencionadamente, utilizaba la excusa de la liberación para tratar el cuerpo femenino como una mercancía y lucrarse de ello.
Por otro lado, las drogas fueron el precio que tuvo que pagar la modernidad. La expansión de la heroína causó estragos en los arrabales de las grandes ciudades. Este crecimiento se debió a una sensación moderada de riqueza y el discurso contradictorio que se mantuvo sobre la droga. El abuso de aquellos años fue más que un acto de escapismo, una forma de forjarse una identidad rebelde. La prensa cambió la idea de fascinación por un tono más alarmista y moralista cuando empezaron a acumularse los cadáveres y el Gobierno ignoró las repetidas advertencias que le habían lanzado los especialistas.