Dedicarse a escribir en estos tiempos, viene a ser algo parecido como ponerse a caminar por un desierto interminable, mientras desde la altura cae un sol implacable. Nadie pisa ya una librería. Yo no dejo de acudir a ellas, ni a esas Ferias del Libro que, anualmente, visitan nuestras capitales de provincias y otras ciudades importantes . Porque en uno y otro lugar, encuentro las bendiciones propias de un oasis: un poco de agua fresca y la sombra de alguna palmera, en medio de ese infierno de arena.
Todavía, el libro de papel sigue seduciendo a alguna gente y la mejor manera de celebrarlo es comprarse un novelón; los versos de un poeta ; alguna crónica de esta inestable época que nos ha tocado vivir o un ensayo que nos ayude a entender las cosas.
A veces, hasta hay firma y dedicatoria, un nuevo estímulo para sumergirse en las palabras y oportunidades que tienen los lectores. Después, llegado el momento de volver a casa y acariciar sus tapas, te das cuenta hacia donde va esta sociedad desnortada que, año tras año, baja sus índices de lectura y aumenta su ignorancia; y así nos perdemos una fugaz caricia.
Cuando llega cualquier Feria del Libro ya sabes que son tardes de paseo, curiosidades y a veces, hasta de lluvia. Los ritos son fieles a si mismos y los lectores también. En esos dias y en todos los demás, tanto los libreros como las librerías ofrecen calidez y consejos ; complicidad e historias.
Cuando llegas a casa y empiezas a leer, te das cuenta que estás iniciando un viaje, una aventura que nos abre los ojos, que nos eriza el pelo de la nuca ; ya sea en un junco del Mar de la China, en una mesa del bar de la esquina, en la complicidad de una biblioteca pública o en el sillón de nuestra casa.
Cuando yo era muy joven y tenía esa ansia desmedida de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que conforme cumpliera años, se me curaría ese prurito. Cuando los años me calificaron de mayor, el remedio prescrito fue el de la edad madura. Cuando llegué a ella se me aseguró que, con unos años más, se aliviaría mi fiebre y ahora que estoy jubilado, tal vez la senilidad realice la tarea porque hasta ahora no he encontrado ningún remedio eficaz.
Ya se sabe que se puede viajar sin moverse del sofá y hacer un viaje interior ; que se puede vivir una aventura en un taxi o en el trayecto a la gasolinera. Hoy puedes ir al otro extremo del mundo y a la vuelta parece que has ido a la cafetería del barrio… y viceversa. Pero el lector y el viajero desconfían de quienes han ido al bar porque esperan espacios abiertos y nombres que rara vez han visto en los mapas de la escuela.
Ahora que dispongo de tiempo, voy rellenando lagunas con un renovado afán por mantener el interés en la lectura. Quizá el reto en estos tiempos sea ejercer la seducción en busca de nuevos lectores que sean críticos, ávidos y viajeros de mundos reales o imaginarios porque abrir un libro es viajar.