Los sistemas democráticos, tienen reconocidos en sus respectivas Constituciones, los derechos y libertades de los ciudadanos. Uno de los principales, es el derecho a la libertad de expresión, fundamental en cualquier país que se precie de ser liberal. Como así ocurre en España, donde cada ciudadano puede decir lo que piensa, al amparo de esa potestad.
Sin embargo, si esto queda muy claro sobre el papel, no ocurre igual en la práctica diaria. Yo destacaría dos elementos que, de hecho, recortan -cuando no anulan- este derecho. Uno de ellos sería la autocensura que ejercen los ciudadanos, presionados por el ambiente político y social que les rodea. Y el otro, sería la promulgación de determinadas leyes que, sin ir a cercenar la libertad de expresión -ya que se lo impide el menor rango normativo respecto al que tiene la Constitución- establecen cláusulas que la limitan veladamente.
De hecho, las suele utilizar nuestro Gobierno social-comunista para ejercer un fuerte control sobre la población, sin que la gente se percate de ello. De esta manera, se evitan procesos largos y complejos para modificar la Constitución Española. Es lo que están haciendo con la elaboración de leyes, del tipo: violencia de género, Memoria Histórica…y aquellas otras que pretender limitar la denominada expansión de bulos o las expresiones que, en la versión fabricada por la propaganda oficial, son tildadas de : xenófobas, machistas, fascistas, negacionistas o supremacistas.
La aprobación de esas leyes, se hace -teóricamente- en nombre de grandes valores que es necesario defender y preservar. Pero de lo que se trata, en realidad, es de imponer el relato sesgado, en todo o en parte, que interesa al Gobierno de esta izquierda podemita o a determinados poderes que ellos también controlan.

Volviendo a la censura que ejercemos sobre nosotros mismos, no es algo que corresponda, en exclusividad, a los regímenes dictatoriales. En las personas, existe cierto olfato o intuición que les lleva a decir lo que no desean o a callar lo que verdaderamente piensan, cuando consideran que pueden volverse en su contra o sospechan que pudiera delatarles como personas indeseables o enemigas del pensamiento oficialmente admitido. Los ciudadanos, suelen percibirlo instintivamente porque es algo que domina el ambiente donde nos desenvolvemos cada día, donde no cesa de ser recordado mediante mensajes reiterados, una y otra vez, a través de los medios de comunicación más diversos.
Los relatos de quien tiene el poder, cuando encuentran el apoyo necesario en determinados círculos influyentes en una parte importante de la población, generan su propio bagaje de conceptos, sus propios términos y significados que, como si de un eco se tratara, resuenan insistentemente, en todos los ámbitos. El ciudadano debe escucharlos, aprenderlos, interiorizarlos e incorporarlos a su discurso personal. Quién no actúe de esta manera, por estar en desacuerdo o porque tenga su visión propia, se topará, tarde o temprano, con la incomprensión y el rechazo. Imposibilitando o cercenando por ello, su libertad de expresión y su pensamiento.
Frecuentemente, la persona percibe que hay opiniones o puntos de vista que no deben salir de su boca ante el riesgo de que le generen problemas con quien manda o con la mayoría y el discurso oficial que los sostiene. De ahí que, continuamente se esfuerce en adoptar los significados y las palabras que, desde esas instancias se promocionan. Las sanciones pueden adoptar diferentes fórmulas, desde la multa hasta la prisión y la inaccesibilidad a ciertos empleos o la condena al ostracismo político o social.

Lo importante es, no llamar la atención y mimetizarse con el entorno; ser aceptado dentro del grupo y ofrecer seguridad a sus miembros para que no le reciban como un extraño o un transgresor. Muy distinto, de los caracteres propios de la cultura, generadora de una visión y unos hábitos que se enraizan en el pasado, en nuestra memoria como pueblo.
Para que el discurso cambiante del Gobierno español pueda ser aceptado, a quien lo ejerce le interesa el relativismo; la posverdad; gentes que no creen en nada firme y fuerte, sin principios; para que, asimilando la gente la idea de que la verdad no existe en su plenitud, crean en sus proclamas. En este escenario, la población no percibe con nitidez esta carencia ya que se les libera o rebaja de los compromisos morales y con la verdad, que limitan sus deseos e iniciativas, en bien propio y de los demás.
Leyes secundarias y pensamientos únicos, colaboran a instaurar nuevas formas de totalitarismo y censura, una vez que las clásicas: comunismo, fascismo y nazismo; han desaparecido prácticamente, pasando a la Historia. Estas fórmulas más recientes, están en la dirección que el anarquista británico George Orwell expuso en su famosa novela 1.984, sobre una sociedad dictatorial situada en el futuro cercano que yo me atrevería a decir que ha llegado ya.